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LAS BARRAS DE HIELO


Recuerdo con cariño los años dorados de San Cristóbal (los 70 - 80)




Teníamos un bidón fabricado por mi padre, que funcionaba con el hielo que compraban y no con luz eléctrica. El bidón tenía dos partes, a 10 centímetros del suelo una con sus respectivas puertas y un alambrado; encima el bidón, para el compartimiento del hielo y las cervezas o refrescos que servía de refrigerador; en la de abajo existía un cajón para recoger el agua resultante del hielo que se iba derritiendo.


Sin frigorífico, sin neveras, se subsistía. Así lo recuerdo, cuando llegaba San Cristóbal; primero Castorín y después Jose María nos traían las barras de hielo de Béjar.

La, tan esperada, «barra de hielo» era la que proveía una fábrica de Béjar. Muy pequeño tenía que ser yo cuando con mi padre y Castorín fuimos a recogerlas a la fábrica; aún recuerdo el olor a amoniaco.


Refrescantes bloques de hielo que se usaban para enfriar, sin más artilugio ni mecanismo que ese mismo; una «salvadora» barra de hielo. Antes de que se extendiera el uso del frigorífico, el hielo se llevaba directamente al bar.


Una estampa habitual en la plaza de Berrocal era ver a los repartidores con las barras heladas al hombro, «protegidas con tela de saco». Entonces mi padre las colocaba en el serón del burro y las llevábamos al pajar que teníamos junto al carpintero; allí entre la paja se mantenían durante las fiestas, permitiéndonos ir a recogerlas según hicieran falta.

Una vez dejadas en el pajar y tapadas con la paja, las llevábamos al bar de una en una para trocearlo en los bidones, encima de los refrescos.


También se comenzaba a considerar el hielo como un componente de los cubatas, y aún estando muy fría la coca cola, lo requería, por lo tanto y a falta de cubitos, a la barra de hielo la hacíamos pequeños trozos que también eran actos para dar forma a ese cubata.

Y a pesar de todas las vicisitudes, el calor, el mismo que soportamos hoy bajo el aire acondicionado y con bebidas refrescantes recién sacadas de la nevera, o del botellero, se sobrellevaba en plena época estival «con felicidad». «Porque no añorábamos lo que no teníamos». Y quizás, porque siempre ha habido «soluciones» a lo largo del tiempo.

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© 2020 por Jose María Izquierdo Hernández.

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Gracias

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