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EL RINCÓN DE LA PARTIDA - MUJERES EN BERROCAL

Aquellos veranos que las mujeres jugaban a las cartas




Las mujeres jugaban a la brisca y no séque otros juegos. Se sacaba a la calle una mesita baja que casi siempre era la misma, pues se echaba mano de alguna que hubiera en la casa más próxima al lugar donde se iba a jugar la partida.


Sobre la mesa se colocaba un hule o un mantel grueso para que no se "esbarasen" las cartas al echarlas o cogerlas. Y cada mujer llevaba su propio "asiento": "taburete" o banqueta de madera en la mayoría de los casos, y hecha de encina por algún miembro de la familia o algún vecino que tuviera buenas trazas para los trabajos de carpintería. También se sacaba alguna silla, pero eran las menos, pues sólo disponían de este tipo de asiento las mujeres privilegiadas.


Se colocaba la mesa en algún rincón o trozo de calle donde no se estorbara el paso: a la sombra o al abrigo, según lo requiriese el buen o el mal tiempo reinante.


Las jugadoras que componían la partida eran más o menos fijas, de modo que, si alguna se retrasaba fregando los platos o acabando cualquier otro quehacer doméstico, se iba a llamarla antes de comenzar el juego. Y, si alguna, por cualquier motivo no podía unirse aquel día a la partida, era sustituida por otra mujer que estuviera disponible en aquel momento. Si había exceso de jugadoras, se ampliaba el corro para que todas pudieran jugar. Y, si no era suficiente con una sola baraja... pues se "ajuntaban" dos, que lo importante era que ninguna vecina se quedase sin echar su partidita en domingo o día señalado; y se intentaba pasar un buen rato, hacer los pagos con alubias blancas o pintas, y a veces con garbanzos. No se iba a ganar ni a perder, se charlaba sin ofender a nadie, se gastaban bromas inocentes y se reía cuando alguna de las jugadoras despistada por la conversación o por sus propios pensamientos tardaba de robar carta cuando llegaba su turno. También era motivo de regocijo el mirar a hurtadillas las cartas que tenía la vecina y ¡cómo no! el sorprender las señas que se hacían entre las jugadoras del equipo contrario. A veces surgía alguna pequeña disputa sobre el modo en que se desarrollaba el juego, y alguna de las jugadoras amenazaba con el "renuncio", es decir, con anular la partida. Esto solía ocurrir en aquellos juegos en los que estaba prohibida la conversación o el hacer señas.


Encantadoras tertulias de vecinas, porque estos juegos sobre todo eran eso: tertulias, reuniones de mujeres unidas para pasar un rato juntas las tardes de los días de fiesta en que la Santa Madre Iglesia prohibía trabajar y, por tanto, quedaban liberadas de coser pantalones, echar de comer a los animales , hacer la casa...


Y... ¡qué más daba a lo que jugaban y lo que ganaban o dejaban de ganar!. Lo que ganaban, sobre todo, era el mantener la amistad, convivir un poco más entre vecinas y conocerse mejor; aunque esto último no hiciera mucha falta.


Lo que interesa o al menos lo que ha quedado grabado en mi memoria es la imagen de la jugadora envuelta en un mantón o una toquilla, con el pelo recogido en un moño y con las manos junto al pecho para que nadie viese sus cartas cuando llevaba buen juego, o... descuidadas sobre el halda cuando no había conseguido más que doses, paja y papanaa.


Esta escena, que conservo aún muy viva, es una fiel imagen de una costumbre rural y de una manera sencilla de divertirse y pasar el rato sin hacer mal a nadie y sin gastar un "cuarto", que también era importante el hacer economías en una época en la que la mayoría de la gente no disponía de un duro y que solía cubrir sus necesidades a base de trueques.


Todavía recuerdo de algunos lugares donde se ponían a jugar y echar la charla, como era la puerta de tío madruga, ahí tía Consuelo y las vecinas siempre tenían buen corrillo y cuando pasábamos los muchachos solían hacernos algún encargo como llevarlas un corte de helado.

Hoy ha cambiado un poco el escenario. Las mujeres no se envuelven en mantones ni llevan moño, pero la costumbre de jugar a las cartas no ha desaparecido. Eso sí, ahora ya se permite jugar hombres y mujeres en un mismo corrillo y las mesas y banquetas han sido sustituidos por las terrazas de los bares. Pero espero y deseo que con el pretexto del juego de cartas, la gente siga practicando esa amable convivencia y no se pierda por culpa de los móviles de hoy.


Los teléfonos móviles causan ciertos efectos psicológicos negativos (como soledad, angustia y aislamiento social) y sin darnos cuenta estos mismos síntomas los causamos nosotros con nuestros comportamientos desconsiderados hacia nuestros seres queridos.


Algunos me diréis que no es un problema. Que es cuestión de adaptación a las nuevas formas de comunicación social que se están imponiendo entre los jóvenes y no tan jóvenes y que críticas similares se han venido imponiendo con otros desarrollos tecnológicos, empezando por la televisión, las videoconsolas, luego por Internet, los chats, y ahora con los móviles.


Permitidme que no esté de acuerdo. El uso constante y permanente del móvil como instrumento de comunicación personal está magnificando exponencialmente los efectos deshumanizadores de las relaciones a un ritmo mucho más rápido que el resto de tecnologías.


¿Cómo resolverlo? Pues con un uso más racional y empático.(volvamos a las cartas, volvamos al rincón)



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© 2020 por Jose María Izquierdo Hernández.

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Gracias

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